Mi padre, Wenceslao Antonio Galeano, fue un colorado de los que bien pueden denominarse “rapo piré” (“de raíz”, en guaraní). Fue funcionario público durante muchos años. Cumplió labores diplomáticas en el exterior, fue representante nacional cuando por la Constitución de 1940 el Legislativo era unicameral y era ejercido por la Cámara de Representantes, y durante 17 años de su vida activa fue director general de Correos en tiempos del General Stroessner.
Cuando la puja por el poder en el partido de gobierno se dirimía entre quienes apoyaban la reelección indefinida de Stroessner (los autodenominados “militantes combatientes stronistas hasta las últimas consecuencias”), y quienes se oponían, en el entendimiento de que ya era tiempo de aires de renovación en la añeja Asociación Nacional Republicana (ANR), los llamados “Tradicionalistas”, mi padre se inscribía entre estos últimos. Ello provocó que, arreciando la corriente stronista al interior del gobierno, un día y después de esos 17 años, le llamaran por teléfono a mi casa -no había teléfonos celulares- en la mañana muy temprano, y le dijeran que debía entregar la oficina a las 10 de la mañana y le dieron el nombre de su sucesor.
Papá se dispuso a entregar el despacho como le había indicado el ministro de Obras Públicas y Comunicaciones, el general Juan A. Cáceres, su jefe directo. Fue a su oficina como todos los días y a eso de las 8 convocó a sus directores y les hizo saber de la determinación oficial de su destitución y que debía dejar el cargo esa misma mañana. Ordenó mínimamente sus papeles como para retirarlos del escritorio que había ocupado durante tanto tiempo cuando de pronto llamaron a la puerta de la dirección general. Quien acudía era el director de correo interior -entiendo que así se denominaba la repartición- quien se encargaba de los carteros, funcionarios postales que llevaban las cartas a las casas, oficio hoy impensado y en consecuencia desaparecido.
El recién llegado hizo saber a mi padre que había un tema que requería su atención, diciéndole: “Don Antonio, disculpe que lo moleste, pero tenemos un problema: los carteros se niegan a salir a la calle hasta no despedirse de usted, y todos quieren hacerlo”. Papá, visiblemente conmovido y emocionado como lo que era, una persona de muy alta sensibilidad, le pidió que formaran en el patio interior de la sede de la oficina de Correos Central, la antigua “Casa Patri”, en la calle “Alberdi” entre “El paraguayo independiente” y “Benjamín Constant”.
Así se hizo. Todos los carteros, un par de centenas, formaron en un cuadrilátero y Papá se ocupó de darle un apretón de manos y un abrazo a cada uno de ellos… Siempre que refiero esta historia me emociono y sobre todo evoco a mi padre, quien en más de una ocasión me dijo: “Vos estás llamado a trabajar con gente; cuando lo hagas tenés que saber que debés tratar al que aparentemente es el menor en la escala laboral o social, como si fuera la persona más importante”.
Ese ejemplo de mi padre quedó patentizado en aquella mañana de los carteros y W. Antonio Galeano.