Era 1976 y entre los jóvenes profesores del CPI, en la Católica, destacaba “Emilito”, sencillamente único.
En un examen oral, ante una andanada de imprecisiones y “piloteadas” sin nombre de un alumno que literalmente “asaltó la mesa examinadora” el examinador, que no era otro que el protagonista de este par de historias señaló: “Cállese mi hijo, que lo poco que sé, me confunde”.
El gobierno del general Stroessner había mandado a las antiguas maestras y supervisoras de la educación de gestión pública proseguir estudios universitarios para conservar sus cargos. Fue así como entre nuestros estudiantes había gente que nos doblaba la edad. Una señora ya entrada en años se acercó un día a Emilio, profesor de Antropología Filosófica y le dijo: “Proesor, yo no sé loo cómo voy a hacer para salvar su asignatura; masiado difícil es”. La respuesta de nuestro personaje, lacerante y casi despiadada, no se hizo esperar: “Mi hija, yo a su edad me preocuparía menos de salvar el Probatorio y más de salvar mi alma…”