Esta anécdota me la refirió mi fiel, mi estupendo compañero y ahijado Luis Antonio “Pulgo” Barriocanal, hermano menor en la vida y andante junto a mí en el camino de “Sembrador” durante largos años. Tiene como protagonista a una tía suya que vivía en Sao Paulo, una mujer emprendedora, muy bien formada y de buen pasar.
Me cuenta “Pulgo” que en una ocasión la tía quedó sin auto y tenía que trasladarse a una reunión de trabajo por cuya razón se vio forzada a abordar una unidad del transporte público. Subió al ómnibus. Hacía frío y no había ningún lugar donde sentarse. Ella iba de pie y para sostenerse y equilibrarse, se aferraba con el brazo izquierdo a un pasamanos que había en el techo del micro. De pronto, miró su muñeca y notó que le faltaba… el reloj. Este era una joya de alta gama, de la marca Rolex. Miró a su alrededor y vio parado frente a ella a un señor de piel negra… Por esa propensión, oculta o manifiesta, que tenemos los seres humanos, de etiquetar, estigmatizar o despreciar a las personas por su color de piel, a ella no le cupo ninguna duda de que su reloj le había sido robado por esa persona…
Se acercó lo más que pudo al pasajero sospechoso, metió su mano derecha en el bolsillo del abrigo extendiendo su dedo índice y con él en ristre, simulando portar un arma, hincó en el costado al hombre al tiempo que le decía: “Entrégueme el reloj y bájese inmediatamente en la próxima parada del bus…” El amenazado, con cara de estupor hizo lo que le ordenaban: entregó el reloj y se bajó la siguiente vez que el micro se detuvo.
La historia concluye cuando nuestra protagonista, a su turno, baja, y cuando mira su brazo izquierdo ve que su reloj, el Rolex, que se le había resbalado dentro del abrigo… aparece en su muñeca. De asaltada pasó a asaltante, pues resultó que fue ella quien robó el reloj a aquel pobre pasajero.
Atesoro esta anécdota entre las más celebradas que me hayan podido contar alguna vez y, por ello mismo, la comparto.