La historia que voy a referir guarda relación con lo más sagrado que tenemos los seres humanos después del valor de la propia vida: el sentimiento de la amistad. Partiendo de la acepción que dan los franceses a la palabra “Amigo” al considerarlo “El hermano que uno elige…” quiero comentar la existencia de un grupo de WhatsApp que le da nombre a este apartado y tiene una explicación y las riquísimas aristas que paso a detallar.
Entre quienes integramos ese grupo hay una discusión eterna y nunca resuelta acerca de si fue el ‘92 o el ‘93 o cuándo comienza esta historia. Fue, con seguridad, a inicios de la década del ’90 en el siglo pasado. Estrella y yo fuimos convidados, junto con nuestros hijos todavía pequeños o en la adolescencia los dos mayores, a vivir una experiencia harto novedosa: viajar a la siempre -y más desde entonces- bienamada ciudad de Corrientes, Argentina, en Semana Santa, a casa de una pareja de amigos, padres de cuatro hijos maravillosos de edades análogas a las de los nuestros, a la cual habíamos conocido en los años ‘70 y ‘80 en Asunción: ella, Liliana Ferro Queirel, “Lili” -sólida en sus principios, rotunda en sus conceptos, de esas personas capaces de enseñar con una mirada y paralizar con un gesto-, y él, Manuel Pérez y Vila, “Manolo”, la otra cara de la coherencia y el valor cívico, un “militante de la vida” como quería el gran Mario Benedetti.
La insistencia a vivir la experiencia y la invitación primigenia provino de nuestros hermanos elegidos como tales Celeste Giménez y Ángel Sakoda, compadres de Estrella y míos, por separado (soy padrino de la bellísima melliza Lucero, y Estrella, madrina de Alejandro, ambos Sakoda Giménez), y se sumaron a la expedición los también entrañables Claudia Pacheco y Jorge “Tuga” Ramírez, este último compañero mío en “Sembrador” desde la prehistoria del conjunto, también comadre y compadre míos pues su preciosa hija Jimena es mi ahijada.
Lo cierto es que fuimos a Corrientes y pasamos jornadas mágicas y maravillosas, de unos cuatro o cinco días muy intensos, arropados con el afecto y el cariño no solamente de Lili, Manolo y sus hijos sino de toda la familia Ferro Queirel y sus allegados, Azucena, Tatín y Eduardo, hermanos de Liliana. Aquello fue una celebración de la confraternidad más intensa y del calor afectivo más vivo, que sólo se da entre personas que se quieren mucho, aunque se vean poco en comparación con lo que quisieran.
La amistad que ya teníamos en ese grupo de ocho personas, las cuatro parejas primigenias que después dieron lugar al nacimiento de otro grupo de WhatsApp, el “G8”, se fortaleció volviéndose indeleble y eterna. Prueba de ello es que, rigurosamente y por más de 25 años continuados, fuimos todas las Semanas Santas de todos esos años a repetir la experiencia.
Cuando nuestros hijos crecieron, y a ellos se sumaron nuestros nietos, aquellas jornadas de la Semana Santa correntina se convirtieron, y no es exagerado decirlo, en una necesidad existencial. Hasta hoy sigue siendo “cuestión de estado” el encontrarnos cuando llega esa semana. La pandemia lo impidió un par de años o tres, pero los sentimientos están cada vez más vivos.
Y vuelvo al inicio de esta reseña: todo lo descrito encontró un cuenco y se tradujo en un grupo de WhatsApp que tiene una gran cantidad de miembros y todavía crecerá más. Ese grupo se creó hace varios años, para seguir unidos y llamarnos, ya para siempre, “Corrientes Santo”.