En la última Navidad, la de 2023, ese mismo día 25 de diciembre, no fuimos sorprendidos -porque el fin se sentía próximo- pero sí impactados por el dolor que produjo el fallecimiento de Guido Alois Galli, un personaje, como dicen los chilenos, harto querible, a quien la vida me hizo el regalo de conocer.
Guido era suizo de origen y avecindado entre nosotros, como se decía en español antiguo, largamente hace más de 40 años detrás del amor de su vida, Cristina Enciso Sosa. Juntos, Cristina y Guido, tuvieron a Fiorella, una estupenda hija que demostró con creces ser tal, sobre todo cuando le tocó comandar las acciones en el poco más de último año de Guido, aquejado ya por una miserable enfermedad que finalmente determinó su fallecimiento. Fio demostró no solo ser una hija maravillosa sino un ser humano superior.
Les cuento aquí de Guido, pero no para ponernos nostálgicos ni mucho menos tristes. Es que las anécdotas que rodean a este “suizo loco”, que al contrario de sus compatriotas quienes, por lo general, son de hablar pausado y con voz queda y baja, hablaba a los gritos y, para afirmar su nacionalidad, “macheteaba” el español, pero con una gracia increíble que se hizo famosa entre quienes tuvimos oportunidad de compartir con él.
Guido era, ya lo señalé, un personaje, y las dos historias siguientes lo pintan de cuerpo entero. En una oportunidad, los pobladores de lo que yo suelo llamar “conventillo” -que en realidad son 12 estupendos departamentos dúplex en San Bernardino, donde compartimos no solo los veranos sino varios fines de semana durante el año- estábamos reunidos como lo hacemos frecuentemente. Guido, en un momento dado dijo, en su horrendo pero agraciado español: “La verdá que e un prolema serio ese que tenemo ahora con la madera, viejo… Ecima que hay mucho madera aquí, hay una invasión de curepí…”
Se hizo un silencio como de interrogación y sorpresa porque, qué tenían que ver los argentinos, a quienes en el argot paraguayo se les llama “curepí”, con la madera que había en el condominio. “Cuál es el prolema, viejo…” le dijo Edu Sanier, uno de nosotros, de simpatía arrolladora y también ya fallecido, y Guido le replicó: “Y lo curepis, viejo, ese bicho que come todo la madera…” Y ahí advertimos, entre risotadas, que se refería al kupi’í, nombre guaraní de la termita.
La otra historia tuvo lugar cuando organizábamos la presentación de uno de los unipersonales míos que durante cinco o seis temporadas de verano montamos en Town Houses, nuestro ya aludido condominio, para ayudar a escuelas carenciadas de San Bernardino. Dentro de la organización de esas jornadas de arte y beneficencia había dos cuestiones indiscutibles: Cristina, estupenda cocinera, era la encargada de preparar y cocinar el fino menú, y Guido era el encargado de la logística. En una de las reuniones de preparación, Guido rindió informes acerca de los progresos de la organización. Dijo: “El visky ya etá donado; la ceveza tamién, los tablones tamién; lo único que falta es la…vagina…” Ante tamaña aseveración, naturalmente, algunos comenzamos a reír mientras, una vez más, Edu preguntó: “¿Qué lo que falta, Guido?” Y el interrogado expositor: “La vagina, viejo…” Y entonces Edu, ya montado al caballo de la burla al amigo, replicó: “Pero eso hay a patadas aquí…” Y entonces, Guido ya impaciente: “Falta la vagina, te digo… ese plato, y tenedor y cuchillo y eso…” Obviamente se refería a la vajilla que quedaba por conseguir gratuitamente.
Ese era, y es, Guido; un suizo peculiar enamorado del Paraguay, participante fervoroso de cuantas gestas libertarias hubo en nuestro país durante el tiempo de su vida entre nosotros, una persona a la que hay que recordar, como ahora, con una enorme sonrisa y una sonora carcajada, esa misma que quiero que ahora llegue hasta su estrella.