Mi padre, Wenceslao Antonio Galeano -conocido en algunas esferas como W.- fue, en varias ocasiones, representante diplomático de nuestro país, principalmente en el Brasil y en la Argentina. En 1963 vivíamos en Buenos Aires. Nos habíamos trasladado con toda la familia porque papá estaba de consejero de embajada en la capital porteña. Yo tenía que hacer el Sexto Grado y, como era natural dado el fanatismo paterno por la educación betharramita, fui inscrito en el colegio San José de Buenos Aires, donde pasé un año magnífico. Al comenzar las clases tenía 10 y cumpliría 11 años en mayo.
En el antiguo e histórico centro educativo hacíamos ejercicios gimnásticos y prácticas de deportes en las afueras de Buenos Aires, en un lugar que los curas tenían en “Martín Coronado”, una localidad próxima a la capital. Cada ida al lugar era una fiesta. Practicábamos rugby y en ese deporte que tiene como norma ineludible el Tercer Tiempo, era natural que fuera ese también un momento de solaz y esparcimiento educativo.
En uno de esos días de deportes y ya instalados en el Tercer Tiempo, se armó una pequeña peña; mis compañeros mostraron sus dotes artísticas hasta que uno de ellos empezó con una especie de canto de hinchada, diciendo: “Que cante el paragua… que cante el paragua…” Y ante el coro conminatorio de todos mis colegas “que cante el paragua…” no encontré nada mejor que pararme frente a todos no sin un altísimo dejo de vergüenza y me largué a cantar “a capella” el estribillo de “Canto al Paraguay”, la bellísima e inmortal polca de Heriberto Altinier y Aparicio de los Ríos. Obviamente, con la voz niña de los 11 años aquel “Asunción del Paraguay, capital de mis amores, tus naranjos y tus flores…” sonaría quizá llamativo, por lo afinado, pero obviamente con errores. Para mi sorpresa, al terminar, fui clamorosamente aplaudido y hasta ovacionado por mis compañeros y los profesores instructores, y me dije para mis adentros “Qué lindo es esto del canto”. A partir de ahí fui convocado a cantar en todas las actividades públicas o privadas donde hubiera arte en la primaria del histórico San José de la calle Azcuénaga 158.
Esa fue la primera oportunidad en mi vida en que canté en público y lejos estaba de intuir tan siquiera que después serían centenares de veces las que debería enfrentar al público desde un escenario.